El profeta Muhámmad

“Lee”. La orden que cambió el curso de la historia fue dada por Dios, a través del ángel Gabriel, a un analfabeto. “No sé leer”, respondió aterrado Muhámmad, inocente del destino para el que había sido preparado toda su vida. “¡Lee, en el nombre de tu Señor, Quien ha creado todas las cosas!”, le replicó el ángel.

A sus 40 años de edad, el Profeta Muhámmad era muy conocido en su ciudad, La Meca. Todos sabían que era un comerciante exitoso y honrado, dirigente de caravanas, esposo de una rica empresaria mayor que él, y le tenían un profundo respeto. Lo apodaban “El Confiable” y era famoso por su honestidad y su habilidad para la mediación de conflictos. Su palabra valía más que cualquier contrato. Pero había una virtud que no poseía: a su edad, resultaba evidente para todos que Muhámmad no era un gran orador ni un poeta. Y sin embargo, un día, por un milagro que en un comienzo muy pocos aceptaron, Muhámmad superó a todos los grandes oradores y poetas, e hizo temblar la estructura social de La Meca desde sus cimientos, con una recitación tan excelsa, hermosa y magnífica, como revolucionaria y radical.

Los hombres no son más valiosos que las mujeres ni lo contrario. Los árabes no son mejores que los no árabes ni lo contrario. Los blancos no están por encima de los negros ni lo contrario. Los ricos tienen la obligación de ayudar a los pobres, las mujeres son libres de tener posesiones y comerciar, y todos tienen derecho a la educación y a una vida digna. No existe más que un único Dios verdadero, que no tiene forma humana, que no puede ser representado en forma alguna, y que es tan Compasivo como Justo, tan Poderoso como Benévolo, tan Severo como Amoroso. Y nadie, ni reyes ni profetas, ni artistas ni indigentes, ni sabios ni empresarios, absolutamente nadie está por encima de la Ley de Dios ni tiene derecho a cambiarla en lo más mínimo. Semejantes ideas convirtieron a Muhámmad y a sus compañeros en perseguidos.

Muhámmad nació en La Meca, Arabia, en el año 570 e. c., y quedó huérfano desde edad temprana. Pasó necesidades. Trabajó desde pequeño, fue pastor y se forjó una buena vida. A sus 40 años se encontraba en su mejor momento. Pero en cuanto comenzó a transmitir la revelación divina, la vida se le fue haciendo cada vez más difícil. Fue víctima de burlas, discriminación, insultos y distintos tipos de ataques, cada vez peores y más frecuentes. Él y sus compañeros fueron sometidos a hambruna, ostracismo y persecución. Luego comenzaron las torturas y los asesinatos de sus compañeros. La situación era tan grave, que el Profeta envió a un grupo de ellos a refugiarse en Etiopía, donde fueron protegidos por un rey cristiano.

Trece años después de que comenzara la revelación del Corán, el profeta Muhámmad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, lo había perdido todo: su reputación arruinada, sus negocios destruidos, su esposa había muerto, su riqueza y propiedades confiscadas, algunos de sus compañeros habían sido asesinados y otros se habían exiliado, y su tío y único protector tribal acababa de morir. Ahora pendía sobre él una amenaza de muerte y solo le quedaba emigrar junto con sus seguidores, cuyo número apenas había excedido el centenar en trece años de prédica incansable y difícil. Si hubiera sido un profeta falso, a este punto de la historia ya se habría dado por vencido. ¿Qué objeto tenía insistir en una religión que en lugar de darle fama, poder y dinero, le había arrebatado todo lo que había logrado en su vida? Años atrás, los dirigentes de La Meca, el clan de los Quraichitas, le habían ofrecido nombrarlo su rey y convertirlo en el hombre más rico y poderoso de Arabia.

Pero Muhámmad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, no procuraba satisfacer sus gustos, sus deseos ni sus necesidades. No tenía afán de gloria o riqueza. Solo estaba cumpliendo con la misión que Dios mismo le había encargado, y estaba dispuesto a pasar por todas las penurias que Dios le pusiera en el camino. Así que a sus 53 años, el Profeta decidió emigrar con su gente. Setenta musulmanes viajaron hacia el oasis de Yazrib. Una vez que estuvieron allí a salvo, el Profeta se dirigió a su encuentro en compañía de su mejor amigo, Abu Bakr. Fue un viaje duro a través del desierto, con sus enemigos persiguiéndolo de cerca. Este suceso, conocido como Hégira, marcó el inicio del calendario islámico.

Los pobladores de Yazrib cambiaron el nombre de la ciudad por el de Madinat Unnabí (la ciudad del Profeta) y allí el Profeta fundó el primer Estado en la historia de Arabia. Se convirtió en gobernante, y aun así llevó una vida austera, al punto de dormir en una estera rellena de hojas de palma. Bajo su mando, Madina se convirtió en una ciudad próspera en muy poco tiempo, y sus enemigos sintieron celos de su éxito y temor de que regresara a cobrar venganza.

Los Quraichitas se armaron y salieron a destruir a la nación musulmana. Con el permiso divino y siguiendo las normas estrictas relacionadas con la guerra que fueron reveladas, los musulmanes organizaron para defenderse un pequeño ejército, que de manera milagrosa venció en la primera batalla a una fuerza que lo triplicaba y que estaba mucho mejor preparada y armada. Más tarde, tras cinco años de batallas, unas ganadas y otras perdidas, el Islam había crecido a tal punto que Muhámmad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, se presentó a las puertas de La Meca con un ejército de más de 10.000 hombres. Entró a la ciudad sin derramar una sola gota de sangre. Vio a la cara a aquellos que lo habían insultado, perseguido y atormentado durante años, los mismos que habían intentado asesinarlo, que habían ultrajado a sus compañeros, y que habían enviado ejércitos en su contra. No tomó represalias contra ellos. Respetó sus vidas y sus propiedades, e incluso aceptó como hermanos a todos aquellos que decidieron abrazar el Islam.

Solo tres años después, enfermó y murió. Comerciante, líder religioso, estadista, maestro, juez, estratega militar, soldado, administrador, diplomático, amigo, esposo, padre, consejero, reformador, profeta, hombre. La vida de Muhámmad está detallada como la de ningún otro personaje de la historia. Una vida que es un modelo a seguir.

El astrofísico estadounidense Michael Hart publicó en 1978 su listado de las cien personas más influyentes de la historia. En el número uno ubicó al Profeta Muhámmad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, por su tremendo éxito tanto en el campo secular como en el campo religioso. Este reconocimiento es uno de muchos que se vienen dando en el mundo occidental, que a pesar de la mala prensa que se le da continuamente al Islam, está valorando cada vez más sus enseñanzas y el ejemplo de vida del Profeta Muhámmad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él.